La catástrofe del Amazonas: tierra de nadie, tierra de todos

[author] [author_image timthumb=’on’]https://asuntosdelsur.org/wp-content/uploads/2019/09/Lucas.jpeg[/author_image] [author_info]Autor: Lucas Barreña, periodista[/author_info] [/author]

Quince días de denuncias que no fueron noticia; miles de hectáreas de selva amazónica destruidas por un incendio; fuego en los estados brasileños de Rondonia, Mato Grosso y Mato Grosso del Sur, en los departamentos bolivianos de Santa Cruz y Beni, en el Chaco paraguayo y en la zona de Madre de Dios en Perú. Recién esta semana trascendió la catástrofe de magnitud asombrosa, aunque todavía no se ha dimensionado en su totalidad. Miles de animales que huyen de su hábitat y los indígenas que viven en el Amazonas son testigos de cómo arde el pulmón del mundo mientras a pocos parece importarles.

De acuerdo a estimaciones del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil (INPE), durante esta última semana los focos de incendio han afectado 68 zonas protegidas o reservas indígenas de la región amazónica. En las redes sociales, los internautas, los que tienen voz, comenzaron a visibilizar su reclamo a través de los hashtags #ActForAmazonia y #PrayForAmazonia. 

La indiferencia de Bolsonaro hizo que los focos de preocupación miren hacia el país carioca, sin embargo algunas políticas de Evo Morales también llevaron a que el incendio afecte a más de un millón de hectáreas en tierras bolivianas. La quema controlada aprobada meses atrás paradójicamente se descontroló. 

Para comprender la importancia de la selva, la peligrosidad del incidente y la peligrosidad del gobierno de Jair Bolsonaro, vale aquí un repaso.

La importancia del Amazonas

Las plantas –en contraste con los animales– captan el carbono del ambiente y eliminan el oxígeno. Es por eso que la selva amazónica es considerada “el pulmón del mundo”: produce un 20% de la cantidad total de oxígeno que hay en el ambiente y absorbe 1.000 millones de toneladas de dióxido de carbono, el principal impulsor del calentamiento global. De no existir el Amazonas, todas las emisiones de carbono que el ecosistema absorbe por año se concentrarían en la atmósfera, provocando el aumento de las temperaturas a nivel mundial.

El Amazonas, de 7.4 millones de km2 de extensión, es el bosque tropical más grande del planeta y alrededor del 60% se encuentra en Brasil. Según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés), es el hábitat de 40.000 especies de plantas, 427 de mamíferos, 1.300 de aves, 378 de reptiles, 400 de anfibios, 3.000 de peces y de 400 pueblos indígenas diferentes (alrededor de 34 millones de personas). Estas vastas superficies verdes cumplen una función vital tanto para el funcionamiento de la Tierra como para la supervivencia del humano.

El principio del fin

Varios sectores de la sociedad brasileña alarmaron el peligro que significa Bolsonaro para el Amazonas incluso antes de ser electo. El presidente brasileño, que asumió en enero, cuenta con el apoyo de la agroindustria y en varias oportunidades ha manifestado su deseo de explotar la selva amazónica para fines lucrativos.

Sin embargo, conocida la noticia de los incendios, desde el gobierno han salido a defenderse. Ricardo Salles, ministerio de Medioambiente, atribuyó la catástrofe a una gran sequía en las regiones norte y centro-oeste del país, mientras que Bolsonaro apuntó a una conspiración en su contra para dañar su imagen. “Puede existir una acción criminal de las ONG para llamar la atención contra mi persona”, declaró Bolsonaro el pasado miércoles 21 ante periodistas. Como consecuencia, decidió retirar las subvenciones públicas destinadas  las ONG que luchan por proteger el Amazonas.

Científicos, ambientalistas y organizaciones sociales no piensan lo mismo. Varios especialistas desmintieron los dichos de Salles, pues si bien la escasez de lluvia es causante de incendios, “este año ha sido bastante húmedo”, explicó Adriane Muelbert, ecóloga experta en estudiar el rol del Amazonas en el cambio climático. Por otra parte, conocida la postura de Bolsonaro, les es fácil concluir que los incendios fueron provocados deliberadamente para deforestar esas vastas extensiones de tierras, lo que deja el terreno preparado para la minería o la agricultura extensiva. 

Para entender las hipótesis de quienes acusan al presidente de ser responsable de los incendios, primero hay que tratar de descifrar quién es y cómo piensa Bolsonaro, a qué intereses responde y cómo fue que llegó al poder.

El paradigma BBB: “Bala, Biblia y Buey”

Que el presidente del país que contiene “el pulmón del mundo” no crea en el calentamiento global es un gran problema. Que haya amenazado con salirse del Acuerdo Climático de París, también lo es. Esta última idea fue desestimada luego de que, en el marco del G-20 organizado en Buenos Aires, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, haya aclarado que no habría tratado entre la Unión Europea y el Mercosur si Bolsonaro cumplía con su promesa de abandonar el Acuerdo de París, como ya lo había hecho anteriormente Donald Trump.

En octubre del año pasado, en plena campaña, trascendió la noticia de que Jair Bolsonaro habría pensado en unificar los ministerios de Agricultura y Medioambiente, casi como si fuesen lo mismo y dejando en claro su posición al declarar quién mandaría en el súperministerio: “Seamos claros: el futuro ministro provendrá del sector productivo. No nos pelearemos más por esto”.

Luego de las críticas recibidas en campaña tras reiterar en varias oportunidades sus deseos de abrir el Amazonas para las empresas y mostrarse a favor de intereses comerciales, adoptó un tono más conciliador y aceptó entablar negociaciones. Sin embargo, desde su asunción solo ha colaborado a la explotación de la selva amazónica sin siquiera oír reclamos de la comunidad internacional.

BBB, “Biblia, Bala y Buey”, son las siglas con que utilizan los brasileños para referirse a los tres grupos de poder que mayor peso tienen en su agenda conservadora: los religiosos, los armamentistas y los de agronegocios. El apoyo de este último sector explica las retribuciones que desde el gobierno ha dado Bolsonaro a madereros, hacendados y terratenientes.

¿Extractivismo o protección?: el progreso a costas de la existencia

Los pesimistas que creyeron que Bolsonaro iba a actuar a favor de intereses comerciales en el Amazonas finalmente tuvieron razón. Menos de nueve meses en el gobierno fueron suficientes para comprobarlo. Según datos del INPE, hasta julio se deforestaron 2.255 km2 y solo en los primeros 15 días de ese mes fueron talados otros 1.000 km2 de selva amazónica. El instituto también precisó que entre el 1 de enero y el 18 de agosto se registraron 71.497 focos de incendio, de los que un 52.5% se situaron en la región amazónica (otro 30.1% se detectó en el Cerrado, la sabana brasileña que rodea la Amazonia, y el 10.9% restante en el Bosque Atlántico, que rodea el litoral del país).

En el mismo período del año anterior, se habían acumulado 39.194 siniestros, por lo que en comparación se superaron los incendios en un 83%. De acuerdo a las estadísticas del INPE, solo en este verano la deforestación en Brasil ha sido mayor que en los últimos tres años. No hay que caer en la tentación de que el gobierno anterior, de Michel Temer, no haya inmiscuido en la propagación de incendios, pues entre agosto de 2017 y julio de 2018 la deforestación aumentó un 13.7% y durante todo el año pasado han desaparecido más de 1.3 millones de hectáreas de selva amazónica, según un informe de Global Forest Watch, del Instituto de Recursos Mundiales.

La deforestación es una práctica habitual para transformar áreas forestales en áreas agrícolas o de cría de ganado. La tala de madera, el cultivo de soja y la agricultura son algunas de las actividades que, para muchos, son consideradas como beneficios. La quema de árboles despeja el terreno rápidamente: la región se vuelve más seca y estimula aún más la deforestación. 

La quema prescripta –también conocida como quema controlada o chaqueo– es una técnica voluntaria como alternativa de prevención de los incendios forestales, herramienta que permite habilitar terrenos para la siembra y demás actividades lucrativas. Cuando se vigila la quema prescripta, el fuego se descontrola y se terminan quemando tierras vírgenes que intentaban preservar. 

En Bolivia, por ejemplo, Evo Morales aprobó en julio pasado un decreto con el cual autorizó los chaqueos en los departamentos de Santa Cruz y Beni. Conocida la catástrofe del Amazonas, el presidente acusó que solo un 20% de los terrenos destruidos en Bolivia pertenecían a tierras vírgenes. En este espiral descendente, favorecido por la ausencia estatal, el bosque podría secarse cada vez más hasta transformarse en un ecosistema más parecido a una sabana. Los costos de estos “beneficios comerciales”, como veremos más adelante, son bastante apocalípticos.

La política de Bolsonaro con respecto al cuidado del medioambiente y el potencial desarrollo económico que podría tener la región se alinea a la idea de que, durante décadas, las leyes han sido demasiado restrictivas para un país que necesita crear nuevos empleos. En ese marco, en reiteradas oportunidades se ha mostrado a favor de explotar las ricas áreas protegidas del Amazonas y favorable a una mayor flexibilización de las políticas ambientales brasileñas. La agricultura y la agroindustria acumulan alrededor del 44% de las exportaciones del país y el 23% del Producto Bruto Interno (PBI). El debate sobre si se debe mantener la protección de la selva o abrirla a la explotación es el que se instaló unilateralmente en Brasil. 

A pesar de las alertas de grupos ambientalistas y científicos, Bolsonaro ha hecho oídos sordos e insiste en explotar las selvas amazónicas. Incluso se ha burlado de quienes quieren colaborar en su política ambiental. “Amazonas es de Brasil, no de ustedes”, sentenció en conferencia de prensa el pasado viernes 16 en el Planalto, el palacio presidencial de Brasilia, ante corresponsales extranjeros. El mandatario, de hecho, consideró que se generó una gran exageración con respecto al tema y aclaró que se acabó “la psicosis ambiental”.

En ese marco, el gobierno de Bolsonaro propuso algunas reglas de juego que alimentaron la explotación del Amazonas. La agencia de cumplimiento ambiental de Brasil ha tenido un recorte presupuestario de US$ 23 millones de dólares y sus operaciones han disminuido al igual que las confiscaciones de maderas y las multas ambientales para los agricultores. Estas últimas han sido ampliamente criticadas desde el oficialismo por no permitir la apertura de las reservas indígenas y otras áreas protegidas al desarrollo económico. IBAMA, la agencia de protección forestal encargada de las condenas a individuos y empresas que deforestan y contaminan ilegalmente, ha entrado en el ojo de la tormenta y el propio presidente manifestó su deseo de querer restringir su capacidad. 

La reacción de la comunidad internacional

Un informe publicado en abril por la ONG Amazon Watch, elaborado en conjunto con National Articulation of Indigenous Peoples of Brazil (ABIP), expuso algunas maniobras de empresas brasileñas e internacionales que practican la tala de árboles en el Amazonas. La compañía Benevides Madeiras, por ejemplo, exportó en los últimos dos años unas 125 toneladas de madera a firmas de Francia, Bélgica, Holanda y Dinamarca. Un total de 27 empresas europeas y estadounidenses trabajan con proveedores locales que llevan a cabo talas ilegales y pagan irrisorias multas por contaminar el planeta. 

En el documento se analizaron las cadenas de suministro de 56 compañías brasileñas involucradas en la deforestación y venta de madera. En otro apartado, Amazon Watch sostiene las grandes cantidades de productos que continúan ingresando a los mercados internacionales, principalmente a los tres socios comerciales más importantes de Brasil: China, Estados Unidos y la Unión Europea. Este último obtiene el 41% de sus importaciones de carne de Brasil, otro negocio que promueve la deforestación amazónica al necesitar cada vez más terrenos para desarrollar la ganadería.

Por otro lado, Greenpeace elaboró un reporte titulado “Árboles imaginarios, destrucción real” en el que señaló a la exportación de maderas preciosas de Brasil, como el lapacho, hacia Europa y Estados Unidos, como unas de las acciones ilegales que devastan a la selva.

Otras de las respuestas recibidas desde otras partes del mundo fueron las de Noruega y Alemania. Ambas naciones aportan el 99.5% de las donaciones que recibe el Fondo Amazonia, un proyecto creado en 2008 durante el Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) con el objetivo de prevenir, monitorear y combatir la deforestación del mayor bosque tropical del mundo. Luego de que el gobierno bolsonarista haya cambiado de manera unilateral al equipo directivo que gestiona el fondo, el país nórdico ha anunciado la congelación una ayuda de 30 millones de euros y Alemania ya suspendió un aporte similar.

En estos días, también trascendió la noticia de que Macron –que había sugerido que no habría tratado de libre comercio entre la Unión Europea y el Mercosur si Bolsonaro sacaba a Brasil del Acuerdo de París– estaría oponiéndose al pacto luego de la postura del presidente brasileño con respecto al cambio climático y su nulo accionar en la región amazónica.

Las consecuencias del desastre

Los millones de indígenas que habitan el Amazonas no parecen ser un impedimento para el gobierno de Bolsonaro si quiere utilizar la selva para su explotación. En su primera semana como presidente, el exmilitar firmó un decreto en el que otorgó al ministerio de Agricultura el poder de delimitar las tierras indígenas, una tarea que antes realizaba, justamente, la Fundación Nacional de Indígenas (FUNAI).

Luego de los incendios forestales, varios estados brasileños, como Amazonas y Acre, han declarado situación de emergencia o alerta ambiental. La deforestación hace que se pierda la función del bosque, que es la de proporcionar nubes a la atmósfera para producir lluvia, y que, en estos días, lugares como Mato Grosso del Sur, Paraná e incluso Sao Paulo solo puedan ver nubes de humo causadas por el fuego y que provocan graves enfermedades respiratorias.

Sin embargo, deforestar el Amazonas no repercute solamente en el área local. Como se explicó anteriormente, la deforestación hará que “el pulmón del mundo” reduzca su capacidad de absorber grandes cantidades de dióxido de carbono, lo que aumentaría las temperaturas globales. Y si la selva tropical llegase a convertirse en una sabana seca inhabitable para gran parte de su vida silvestre no solo no existiría más como fuente de oxígeno, sino que comenzaría a emitir carbono, el principal impulsor del cambio climático. Que sí, existe.