Elecciones europeas: una amenazante continuidad
“Errar es humano, pero perseverar en el error es diabólico”. Esta frase, que se le atribuye a San Agustín hace cientos de años, pareciera condensar como pocas lo que nos dejan los resultados de las últimas elecciones europeas. El panorama que dejó es relativamente el que se esperaba previo a los comicios: la victoria de las fuerzas conservadoras, el renovado impulso de los extremismos de derecha, los problemas de los progresismos para articular propuestas que entusiasmen (más allá del conclamado “miedo al fascismo”), y la profundización del desencanto de la población que no tiene una identidad partidaria arraigada y que titubeó entre el abstencionismo -casi la mitad de la población con derecho a voto no acudió a las urnas- y la elección de propuestas “antisistema” que chocan de frente con pilares importantes de la tradición democrática europea.
En términos generales, la derecha -Partido Popular Europeo- junto a las distintas expresiones de extrema derecha -Conservadores y Reformistas, por un lado, e Identidad y Democracia por el otro- aumentan en 23 los escaños subidos. La misma cantidad que pierden los liberales -Renew Europe-, así como también es el número que pierden en conjunto los tres principales grupos de izquierda -Socialistas y Demócratas, los Verdes y The Left-, con una caída más pronunciada en el caso los verdes. Visto en conjunto, si bien con su baricentro situado un poco más a la derecha, la composición del Parlamento no parece modificarse considerablemente, y es probable que von der Leyen sea reelegida como presidenta de la Comisión Europea.
Pero más allá del recuento de bancas, interesa también analizar cómo impacta esto en alguno de los principales gobiernos de la UE. Los casos más resonantes han sido los de Francia (disolución del gobierno y llamado a elecciones) y Bélgica (dimisión de De Croo, su primer ministro). Pese a que se trataba de unos comicios destinados a conformar la cámara legislativa de la Unión Europa, en muchos países se intentó -como mayor o menor éxito- plantearlos como una especie de plebiscito a los oficialismos. El caso de Macron, que decidió disolver el Parlamento francés ante la incontrastable victoria de la ultraderechista Agrupación Nacional liderada por Marie Le Pen, pareciera querer seguir la estrategia Pedro Sánchez, quien hace un año disolvió su gobierno y anticipó las elecciones generales ante la arrolladora victoria de la derecha y extrema derecha españolas en las elecciones locales y autonómicas. A Sánchez la jugada le salió, por enésima vez, impecable: logró revalidar su gobierno e instaurar el mensaje de “O yo o la barbarie”. Veremos si el galo logra repetir esta fórmula y qué resultado tendrá la formación del nuevo Frente Popular, que está aglutinando a gran parte de las fuerzas de izquierda francesas.
Por otra parte, la alianza de partidos que conforman el gobierno alemán dirigido por Schulz también sufrió un duro revés, no solo por la victoria del CDU (que mantiene la misma cantidad de escaños que en 2019), sino por el segundo lugar de los crypto-nazis de AfD. Si bien este último aún aparece como una no-posibilidad incluso para muchos partidos de ultraderecha, como es el caso de Le Pen, el aumento de apoyo y de popularidad que tiene en el principal motor de la Unión Europea no deja de ser una importante señal de alarma. Siguiendo en las victorias de los extremos, en Italia el bloque de las ultraderechas -la Liga Norte de Salvini y Fratelli d’Italia, de la primera ministra Meloni- se intercambian bancas: las 14 que pierde la primera, las gana la segunda. Sin embargo, el Partido Socialista termina segundo, a solo 2 bancas de distancia del partido de Meloi, mejorando sus resultados respecto al 2019.
También segundo y a dos bancas de la victoria de la derecha queda el gobierno de Pedro Sánchez, quien logró acortar al máximo la distancia inicial que lo separaba del Partido Popular (quien quedó en primera posición) al inicio de la campaña. Sánchez profundizó su posición como polo de confrontación ante los extremismos de derecha, ante la evidencia del duro -y alarmantemente desgastante- enfrentamiento de los partidos a su izquierda, especialmente entre su socio de gobierno (Sumar) y su antiguo socio de gobierno (Podemos). Y mientras las izquierdas nacionales mantienen esta inagotable y estéril disputa -peligrosa en términos de hartazgo del electorado progresista-, la izquierda nacionalista en Cataluña (ERC), País Vasco (EH Bildu), Valencia (Compromís) y Galicia (BNG) siguen confirmando la importancia del arraigo territorial a la hora de enfrentar una campaña que se siente tan “lejana” de la vida cotidiana, como la europea. Pero la mayor -y más preocupante- novedad en el escenario español es la aparición de “Se Acabó la Fiesta”, liderada por un activista de ultraderecha especializado en la difusión de noticias falsas, cuya principal plataforma es un canal de Instagram, que ostenta el apoyo político y financiero de grupos conservadores, que se suman al desencanto de una parte de la ciudadanía por lo que el sistema político tiene para ofrecer. Con un estilo que, más que propio, parece una franquicia de Milei, quedará por ver no sólo qué rumbo toma el proceso de construcción política de este espacio, sino también cómo reaccionan sus aliados naturales (Vox y PP), así como el amplio abanico de partidos de centroderecha y de la izquierda.
Las notas de color positivas para el progresismo vinieron de países tan disímles como Portugal -luego del caso de lawfare del que fue víctima su ex-primer ministro-, Suecia y Finlandia. En el primero, aunque el partido socialista salió vencedor, perdió una banca respecto al 2019, y los partidos a su izquierda perdieron representación, mientras el extremista Chega logró 2 bancas. En Suecia las elecciones las gana la Socialdemocracia, pero salvo una banca que pierde la derecha por otra que gana la izquierda, todo se mantiene invariado. En Finlandia, pese a que el mayor número de votos quedó en la derecha, la disminución de apoyos de la ultraderecha y el aumento de la Alianza de la Izquierda dan por vencedor al bloque progresista en este país.
Llegados aquí, sería lícito preguntarse ¿Cómo afectan estas elecciones a los gobiernos y los pueblos de América Latina? La respuesta más sencilla -en ocasiones, la más pragmática- sería: no mucho. América Latina no era y no será -en el corto plazo- un actor estratégico para Europa pese a lo que se declamen en variados encuentros diplomáticos. Salvo para España y Portugal, que poseen lazos históricos con estas tierras, no hay ningún indicio que estas elecciones vayan a modificar -por ejemplo- los niveles de inversión europea, que siguen por detrás de Estados Unidos y China, o las relaciones comerciales entre ambas regiones (y mucho menos, el avance del acuerdo Mercosur-UE, que ya nadie parece querer seriamente). Sin embargo, es en el plano político y sociocultural donde el impacto puede estar produciendo los efectos más tangibles. Estas fuerza que están tomando fuerza en Europa -que encuentran eco en los Milei o los Bolsonaro de América Latina- plantean abiertamente el desprecio hacia el rol del Estado como garante de cierto nivel de justicia social, defienden las políticas de los privilegios para los de siempre -aunque lo camuflan con discursos “anti-casta”-, promueven medidas austeras que provocan más desigualdad y exclusión, niegan la necesidad de intervenir ante un cambio climático cuyas consecuencias se sienten cada vez con mayor dureza, afilan cada vez más su discurso contra la población migrante -aquella que es pobre, nunca se critica a los migrantes con dinero-, el colectivo LGTBI+ y los feminismos… y la lista podría seguir. Pero esto no afecta solamente a las relación de la UE con América Latina, sino que también pone en juego su posicionamiento en estas agendas transnacionales y sus vínculos con el Sur Global.
Volviendo a la frase que dio inicio a este artículo, ante la amenaza de esos proyectos de sociedad, urge la necesidad de una reflexión popular, no sólo en Europa, sobre el peligro de volver a caer en proyectos que, en el siglo XX, tuvieron consecuencias catastróficas. Sino que, con la misma urgencia, necesitamos que las fuerzas demócratas y progresistas salgan de su estado de letargo, que reconozcan que el “alerta, fascismo!” no es suficiente para movilizar al electorado (o, al menos no, eternamente), que es necesario abandonar progresivamente las posiciones moralistas en las que parecieran estar continuamente diciendo a la gente “cómo se debe vivir”, y que se ponga nuevamente el foco en las necesidades y demandas populares por un nivel de vida justo, digno y sostenible. Esto, claro, si no queremos terminar con acciones que -como diría San Agustín- terminen siendo diabólicas.
Autor: Ignacio Lara
Coordinador Kallied