Venezuela y el zugzwang
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Venezuela y el zugzwang
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Por
Agustín Frizzera
Las últimas horas, las últimas semanas, Venezuela vive en tensión extrema. Venezuela está frente a lo que, en ajedrez, se llama zugzwang: tiene obligación de mover, sabiendo que todas las movidas que puede hacer son malas.
Venezuela vive en confusión. Tiene 2 presidentes que interpretan de manera distinta la constitución: uno electo por voto electrónico desarrollado por empresa prestataria que ha sabido decir que sus máquinas fueron “manipuladas” y otro proclamado por un cuerpo legislativo, con mayoría opositora, declarado en “desacato”.
La hipótesis del conflicto armado cobra relieve en los medios y en las conferencias de prensa; en las tropas movilizadas a Colombia y en las “milicias del pueblo”. Las alusiones a “Irak”, a “Afganistan”, a “Siria” prometen un contexto que sólo traerá más violencia, más crisis institucional y política. La situación de Venezuela es para observar con más desesperación que cinismo.
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Como es público y notorio, casi de manera inmediata, muchos de nuestros Estados (Argentina, Chile, Colombia, Paraguay, Ecuador, Perú) se han plegado a la estrategia de Washington y han reconocido a Guaidó, de inmediato, de manera casi pulsional, desligandose de las implicancias políticas y geo-políticas de la decisión. Atendiendo a otros intereses, y al ritmo de España, también el Parlamento Europeo se ha sumado. Bolivia, Nicaragua y El Salvador han actuado de la misma manera, pero en sentido contrario. México y Uruguay han decidido seguir otro camino.
En nuestros países, “Venezuela” se ha vuelto un tema de política interna, donde se arman “Venezuelas para la ocasión”. Esta actitud de “dime qué posición defiendo y te diré qué Venezuela veo” degrada la discusión pública, ignora las particularidades históricas venezolanas, sus propias alianzas partidarias y políticas, su estructura social, las costumbres de la élite que gobierna hace 20 años y los hábitos de la élite que está en la oposició
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El gobierno de Nicolás Maduro es un fracaso. En ningún momento, Maduro ha podido o ha sabido regular las relaciones de producción e intercambio en Venezuela. La de Maduro es una “revolución” administrada por militares y sometida a la tutela financiera de los gobiernos de China y de Rusia. Su moneda es polvo en el viento y la crisis es de proporción histórica.
La adscripción de Maduro a la “izquierda” o al “socialismo del siglo XXI”, hace dudar de la izquierda y del siglo XXI. Si ser opositor en Venezuela significa una amenaza para la vida, si las manifestaciones son reprimidas tan duramente desde hace años, es inadmisible pensar que en Venezuela hay libertad democrática.
La actitud de cierta izquierda nostálgica de no llamar a las cosas por su nombre incomoda y duele. Esa izquierda, que les dice “se equivocan” a las millones de personas que han decidido dejar su país (como si el exilio se eligiera), no representa. Esa izquierda, que no repara en la tasa de homicidios, elude su responsabilidad. Esa izquierda, que olvida que, ante a un golpe de estado, se puede ser Salvador Allende o se puede ser Nicolás Maduro, reniega de su propia historia.
La izquierda nostálgica y de liturgia rústica le da vida al fascismo. Hoy, el fantasma de Venezuela riega a la derecha y la extrema derecha latinoamericana, triunfante en este ciclo de la región. Urge, más que nunca, la creación de una izquierda de nuevos relatos, que conecten con las mayorías sociales.
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Venezuela es un país en crisis, polarizado y dividido, donde alentar un escenario de confrontación sólo traerá más tristeza. Un golpe militar o una guerra no pueden ser justificadas por ningún demócrata. Son las armas de la mediación y la negociación política las que tienen que devolver la soberanía a donde ella reside: en la decisión de las y los venezolanes, en elecciones con garantías.
Son ellos y ellas, esas personas atrapadas entre doctrinas e intereses; esas personas que, a veces, comen 1 vez al día; esas que piden medicinas de las que dependen sus vidas; esas que pasan horas sin dormir viendo represión y muertos; esas que escuchan la voz quebrada de un familiar que siente miedo; ellas, las que saben lo que es sentir la ajenidad y la reducción, son quienes deben hablar.
*Agustín Frizzera
Director Ejecutivo de «Democracia en Red» (democraciaenred.org). Miembro de la Red de Innovación Política de América Latina (redinnovacionpolitica.org), del Consejo Estratégico de Convergencias Latinoamericanas de Innovación Política (clip.lat) y co-fundador del Partido de la Red (partidodelared.org), es Licenciado en Sociología (Universidad de Buenos Aires) y Magister en Gestión Urbanística (Universitat Politècnica de Catalunya, UPC). Ha sido director del programa “Demos, Construyendo una Ciudadanía Responsable” y del programa “Inmigración, Ciudad y Territorio” del Centro de Políticas del Suelo y Valoraciones de la UPC. Asimismo, ha trabajado como coordinador del “Plan Estratégico de Recursos Musicales” en el Distrito de Gracia (Barcelona).
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