La batalla más importante
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La batalla más importante
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Alan García, siempre guiado por su hambre de poder y para nada acostumbrado a sentirse vulnerable, en sintonía con sus deseos por trascender en la historia como un gran personaje de la política peruana, no podía imaginarse enmarrocado y con el chaleco de detenido puesto ante la justicia como, seguramente, debió ser desde hace mucho. Siendo coherente con su propia personalidad, pensó hasta su último momento cómo capitalizar su propia muerte, y nos dejó una carta donde aseguraba que entregaba su cuerpo como muestra de desprecio a sus adversarios. Nos comunicaba, así, su suicidio como un acto de honor. Lamentable decisión que deja a una familia adolorida, con quienes me solidarizo sinceramente, y a un Perú en continua frustración, sediento de justicia.
Nuestro fallecido ex mandatario había fabricado, engranaje por engranaje, un mecanismo de protección de su corruptela que parecía tener vida propia y que frustraba a generaciones enteras de peruanos, a quienes les había tocado sufrir las nefastas consecuencias de sus mandatos. Sin embargo, las investigaciones por el caso Odebrecht cayeron como meteorito en el Perú, y comenzaron a dar luces acerca de cómo se había estructurado el mecanismo de García, quiénes eran sus brazos más funcionales, cuál era la ruta del dinero, y un conjunto de datos que comenzaron a desarmar una falsa teoría: García no era un Goliat invencible. Los últimos documentos que entregó Odebrecht a la Fiscalía peruana serían la punta de la espada que arrinconaba al ex-mandatario. Odebrecht había entregado sobornos al ex secretario de García en Palacio, Luis Nava, y al hijo de éste por sumas que ascendían a los 4 millones y medio de dólares. Con este escenario, un pedido de prisión preventiva se hacía altamente probable y García, habiendo agotado todas sus posibles rutas de escape, vio en el suicidio su última herramienta para evadir una vez más a la justicia.
Lo cierto es que este hecho trasciende de lo político a lo histórico y hoy se pugnan principalmente dos narrativas en una batalla que, en mi opinión, es la más importante: la batalla por la memoria. Por un lado están quienes intentan fabricar un martirologio y hacer de Alan García la inocente víctima de una persecución política inexistente que vio en el suicidio su último recurso para salvaguardar su honra y dignidad. Por el otro lado, estamos quienes despreciamos el escarnio tanto como los intentos por exculpar y glorificar al ex-mandatario y, si bien lamentamos el suceso, lo respetamos como una decisión tomada desde el más pleno ejercicio de la libertad individual, pero sobre todo creemos firmemente que las investigaciones deben continuar y que la historia debe escribirse con reflexión, pluma firme y justicia.
Hoy nuestra justicia es saludada por la gran mayoría de países vecinos al estar dando pasos firmes en la lucha contra la corrupción y, sin que esto deba significar que estemos de acuerdo con todas las decisiones judiciales que se han tomado, es innegable que hemos caminado como nunca antes. García se ha ido y con él todo proceso abierto en su contra, pero debemos poner los puntos sobre las íes: este hecho no lo convierte en mártir y mucho menos en inocente, sino que demuestra la verdadera razón de su acto, huir de la justicia a como dé lugar.
Ganar la batalla de la memoria supone entonces respaldar el trabajo de nuestro sistema de justicia, el cual -con algunos errores pero con innegable independencia- ha ido dando frutos. Es un deber republicano buscar que se dé continuidad a las investigaciones, que se descentre la discusión fanática o apasionada sobre el suicidio de García, y se siga luchando porque se cuenten los hechos con verdad y justicia. A fin de cuentas, el difunto discípulo de Haya de la Torre se ha ido sin que su culpabilidad haya sido legalmente declarada, pero la historia es un tribunal que no permite tretas ni perdona, y es en sus páginas donde quedará registrada su verdadera sentencia.
Nota: Siempre estará presente la discusión sobre si el suicidio de Alan García, más allá de lo político, fue también motivado por su conocido desorden psiquiátrico. En ese marco, creo importante recalcar que el tema de salud mental no es cosa menor. Un estudio hecho en Lima y Callao revela que una persona intenta suicidarse cada 22 minutos. Atender este problema debe ser una prioridad del Estado.
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*Administrador por la Universidad Nacional Federico Villarreal. Egresado del Programa de Gobernabilidad, Gerencia Política y Gestión Pública de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ex-representante estudiantil universitario y actual militante del Partido Político «Partido Morado».
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